REFLEXIONES
Por Reynaldo Magaña*
La reciente denuncia de acoso contra el director administrativo del Congreso de Baja California, Víctor Hugo Navarro Gutiérrez, ha revelado una problemática profunda que sigue permeando en los espacios de poder: la normalización del acoso cotidiano, disfrazado de "interacciones inocentes" o incluso de paternalismo condescendiente. Este tipo de comportamientos, lejos de ser casos aislados o malentendidos, forman parte de una cultura que sigue colocando a las mujeres en posiciones de inferioridad, cuestionando su capacidad profesional y su derecho a trabajar en un entorno seguro y respetuoso.
Lo más preocupante de la situación es que, para muchos hombres, estas actitudes no son percibidas como acoso. En su mente, el acoso se reduce a una invasión física evidente, como tocar a una mujer sin su consentimiento o acercarse demasiado con intenciones lascivas. Sin embargo, el acoso va mucho más allá de eso. Las miradas libidinosas, los comentarios condescendientes, los mensajes insistentes en redes sociales y los interrogatorios disfrazados de "conversaciones" también son formas de violencia. La falta de conciencia sobre esto no solo perpetúa el ciclo de violencia de género, sino que minimiza el daño psicológico que muchas mujeres enfrentan a diario en sus entornos laborales.
El caso de Navarro es un ejemplo claro de cómo el acoso puede ser sutil, pero igualmente dañino. Según la denuncia de Danae Villa, periodista de PUNTO NORTE, Navarro la llamó a su oficina para "explicarle" algo que él asumió que ella no comprendía. Este gesto, que podría parecer un simple intento de aclarar información, adquiere un matiz misógino cuando se acompaña de comentarios paternalistas y diminutivos como "chiquita" o "amor". En un contexto profesional, es casi inconcebible imaginar a un hombre dirigiéndose a un colega masculino de esta manera. Entonces, ¿por qué sigue siendo "aceptable" hacerlo con una mujer?
Este tipo de comportamiento no solo es humillante, sino que también refuerza la noción de que las mujeres son intelectualmente inferiores, necesitadas de la guía y supervisión de los hombres para poder desempeñar su trabajo correctamente. En lugar de fomentar un diálogo equitativo entre colegas, se perpetúa una jerarquía de género que margina a las mujeres y las relega a roles subordinados. No es solo una cuestión de palabras, sino de poder. Cada vez que un hombre en una posición de autoridad se dirige a una mujer de esta manera, está ejerciendo control sobre ella, minimizando su agencia y su capacidad para ser tomada en serio.
Lo que agrava aún más la situación es la respuesta del Congreso de Baja California. En lugar de una condena firme y una exigencia de acciones contundentes contra Navarro, las diputadas de Morena optaron por un tímido comunicado en el que proponen capacitaciones éticas para los hombres que trabajan en el Congreso. Si bien la educación es sin duda una herramienta esencial para la prevención de la violencia de género, la "solución" de mandar a Navarro a "la escuelita" es insuficiente ante la gravedad de los hechos.
El acoso sexual en el ámbito laboral no se resuelve con cursos o talleres, al menos no exclusivamente. Se necesita una rendición de cuentas real, sanciones concretas y un compromiso claro por parte de las instituciones para garantizar que los agresores no se salgan con la suya. La propuesta de enviar a los hombres del Congreso a recibir capacitación puede parecer un paso hacia adelante, pero en realidad es una forma de evitar enfrentar el problema de raíz: la impunidad y la falta de consecuencias para quienes ejercen violencia de género.
Este tipo de respuestas tibias y sin contundencia no hacen más que perpetuar la cultura de la violencia. Las mujeres en el ámbito laboral necesitan sentir que están protegidas, que sus denuncias serán escuchadas y que sus agresores enfrentarán consecuencias reales. De lo contrario, se envía el mensaje de que el acoso es tolerable, siempre y cuando no cruce ciertos límites "visibles".
El llamado a una reflexión colectiva es urgente. No se trata solo de Víctor Navarro, sino de una cultura institucional que sigue permitiendo y normalizando el acoso. La capacitación sobre la forma de tratar a las mujeres es importante, pero no puede ser el único recurso. Se necesitan mecanismos de sanción claros y efectivos, acompañados de un compromiso real para erradicar la violencia de género en todas sus formas.
Es fundamental que las instituciones públicas, especialmente aquellas encargadas de legislar y proteger los derechos de la ciudadanía, sean un ejemplo de respeto y equidad. La denuncia de Danae Villa debe ser un punto de inflexión, no solo para el Congreso de Baja California, sino para todas las entidades públicas del país. Las mujeres no deben seguir soportando el peso de una cultura misógina que las minimiza y las agrede. Y los hombres, especialmente aquellos en posiciones de poder, deben empezar a cuestionar sus privilegios y sus actitudes cotidianas, por más "inofensivas" que puedan parecer.
El cambio comienza por reconocer que el acoso no es solo una cuestión de actos extremos, sino de microagresiones cotidianas que perpetúan la desigualdad y la violencia de género. Solo entonces podremos avanzar hacia una verdadera equidad y justicia en los espacios de trabajo y en la sociedad en general.
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